Una de las tendencias de los últimos quinientos años de Occidente ha sido, según Jacques Barzun, el individualismo.
El individualismo ha culminado su largo camino entregándose al Estado, supremo protector y administrador último del individuo. El Estado es en última instancia el organismo que garantiza y posibilita la individualidad, que se sacrifica casi por completo a cambio de protección (estado del bienestar). Es un individualismo de consumo, encuadrado en las libertades de la democracia formal, que no son pocas, pero que en 2014 se revelan insuficientes. En sus mejores años, el individualismo ha dependido siempre de la empresa y del Estado.
El programa práctico del individualismo se manifiesta en independencia de vida: trabajo, piso, coche, familia, vacaciones, viajes, futuro. No imposiciones religiosas ni sociales, libertad, divorcio, consumo.
Es la utopía occidental en marcha, conseguida en los cincuenta en USA después en Europa y Japón. Europa, con la URSS al lado, extendió la protección estatal hasta su cota máxima: asistencia sanitaria, educación, sistema de pensiones.
Con la caída del muro de Berlín el capitalismo se queda solo y se convierte en un monopolio sin competencia. La globalización y la crisis exacerban el proceso por el que el Estado y la empresa abandonan al individuo: los esfuerzos del Estado y la empresa, en vez de proteger al individuo se dedican a exprimirlo.
Con el paro, el individualismo y la emancipación tienen que redefinirse.
El ideal, que ya fue alcanzado (en zonas privilegiadas y por unas décadas) tira con fuerza del imaginario. La comunicación global ha extendido el modelo y los países emergentes aspiran a él mientras que los desarrollados no se resignan a perderlo.
El planeta entero tiende a ese individualismo del confort, a la vez amparado y limitado por el Estado. Hay una tensión de fondo para prolongar, restaurar o implantar ese modelo de éxito cuyo clímax efímero ha coincidido con la sobrexplotación de recursos.
El sueño de la emancipación y el individualismo se ha cumplido y se ha terminado. Ahora nadie puede triunfar sin un gran impacto y respaldo social. Estamos en el individualismo social. El individuo solo lo es en conexión. Depende más que nunca de los demás, de un cúmulo de comunidades que se solapan y se imbrican: vecinos, familias, empresas, instituciones locales y supranacionales… desde el barrio hasta el FMI.
En este barullo se cancela una era (de quinientos años) y se inaugura otra en la que el individuo ha perdido la seguridad y la protección pero aún puede intervenir… siempre que sepa colaborar; siempre que sea capaz de fundar o formar parte de varias comunidades. El individualismo es social, coaxial, complejo, variable: evoluciona como una ameba superponiendo redes e identidades. El modelo que rige a este nuevo individuo es la física cuántica, y su mapa es fractal.
El campo de batalla es todo, la competencia es el mundo. El ejemplo es el Mundial de Brasil. Van Gaal lo ha dicho: la competitividad es tan alta que se gana por milésimas. En cuatro años una selección preciosista, sofisticada y delicada, ha sido barrida por goleada, por el ímpetu. Apenas hay fútbol. Los cracks se quedan sin tiempo ni espacio para demostrar su pericia. La fogosidad y la fuerza, la desesperación y la violencia, se apoderan del campo de juego que es el mundo.
¿Cómo se reinventa la individualidad? Tiene que realojarse en casa de los padres. Los abuelos son esenciales para cuidar a los nietos. Los hijos han de cuidar a los padres.
Hay que acudir a la milésima, al céntimo. Pequeñas cantidades que se mueven muchas veces, a gran velocidad. El ejemplo es la negociación de de alta frecuencia. El consumidor aplica estas tendencias de los mercados. La tecnología es para todos.
Con la democracia reducida a votar cada cuatro años (cuando la tecnología permite y exige hacerlo cada día: ¡alta frecuencia!) el individualismo se refugia en las comunidades, en el redescubrimiento forzoso de lo común. Y, en definitiva, en el consumo. El acto de comprar es lo que permite en la práctica ejercer la democracia (decidir).
La democracia se restringe y se blinda desde dentro: los grupos que la detentan legislan para impedir el acceso de nuevos agentes. España es el paradigma de esta reducción de la democracia.
El céntimo, la milésima, y lo común son las fórmulas que los poderes difusos y a veces enfrentados que gobiernan el mundo han dejado al individuo. El ámbito de decisión puede ser micro, pero puede ser ejercido por muchos. Un Estado impenetrable (blindado) que reduce prestaciones privatiza para amigos y solo atiende a los ciudadanos para cobrarles fuerza a los individuos a asociarse. El individualismo de la prosperidad –aunque fuera una prosperidad irreal, a crédito– ya no sirve para la escasez.
____
El muy recomendable libro de Jacques Barzun “Del amanecer a la decadencia” argumenta que uno de los “temas” de Occidente desde el Renacimiento a nuestros días es el individualismo.
___
Actualizado, 3-8-14 (Vídeo)
“Es necesaria una nueva teoría económica cuyo objetivo sea el desarrollo del bien común, afirma el profesor del IESE Eduardo Martínez Abascal. El pensamiento financiero de los últimos cuarenta años ha fomentado el individualismo al dar demasiada importancia al inversor y a los mercados. Mantener este modelo entraña el riesgo de repetir los mismos errores que desencadenaron la crisis.”